viernes, 13 de mayo de 2011

Difama, que algo queda.

Viernes, 13 de Octubre de 1.307.

Jacques de Molay, Gran Maestre de la Orden de los pobres caballeros de Cristo y del templo del rey Salomón, es detenido junto a un nutrido número de caballeros, en el proceso más deleznable de la historia. Fomentado por la envidia, el odio y la injusticia.

Instigado por el rey de Francia Felipe IV el hermoso, con la inestimable ayuda de su pérfido ministro Guillermo de Nogaret y la anuencia del Papa Clemente VI, ya que la destrucción de la orden del Temple supondría el fin de sus problemas económicos.
El propio rey, como tantos otros monarcas de la época, era acreedor de la misma y, si no mediaba un milagro, con muy pocas posibilidades de devolver el crédito. ¿Cómo haría yo para no pagar?...pensaba el guaperas... haremos algo mejor , dijo el ministro, no solo no les pagaremos, nos quedaremos con su dinero. ¡Y arreglao!

Tras las oportunas torturas, los caballeros juraron en siete idiomas que sí, que sí…que no, que no…que a la Parrala le gusta el vino. Incluso cosas más maleficas: Por ejemplo, la homosexualidad que, unida al demonio, era lo peor de lo peor por entonces.
Siete años después de comenzado el proceso, que acabó con la abolición de la orden del Temple, de Molay es condenado a morir en la hoguera
Mezclado entre la multitud, que se había congregado en la Île de la Cité para ver la ejecución, se encontraba el poeta Godofredo de Paris, que lo relató de este modo:


“El Gran maestre, cuando vio preparado el fuego, se despojó de todos sus vestidos sin vacilación. Empezó a andar lentamente, totalmente desnudo y con semblante sereno, sin temblar ni alterarse en absoluto a pesar de que pretendían arrastrarle.
Le ataron a un poste y le ligaron las manos con una cuerda, momento en que se oyó su voz por primera vez diciendo a los verdugos:


-Dejadme unir un poco las manos, este es el mejor momento para hacerlo.
Luego se dirigió a los circundantes y añadió:
-Voy a morir en seguida y Dios sabe que sin motivo. Predigo que no pasará ni un año en que caiga el rayo divino sobre quienes nos condenan sin justicia. Muero en esta convicción.
Después, volviéndose de nuevo a los verdugos les dijo:
-Y ahora amigos, os pido que volváis mi cara hacia Notre-Dame.
Se le concedió lo que pedía y, prendida la hoguera, la muerte le llegó tan dulcemente en esa posición que todos los presentes quedaron maravillados”.


El papa Clemente falleció sólo cuarenta días después. Su cadáver desprendía tan mal olor que lo tuvieron toda la noche al raso. Después una vela cayó sobre su catafalco, produciendo un incendio que quemó la mitad del cadáver.

Felipe IV tampoco llegó al año. Falleció de gangrena por las heridas que se causó en una cacería de jabalíes. Su cuerpo, lleno de pústulas y llagas, producía que nadie fuera capaz de acercarse a su lecho sin arcadas de asco. Todo su linaje se extinguió de una forma inusualmente rápida.
Su ministro había fallecido un año antes de la ejecución.


¿Premonición?....quien sabe, en cualquier caso justicia divina. El que la hace, la paga.

Aunque nunca se repusieron de aquel proceso. Los templarios seguirán siendo por siempre “ esos temibles y nobles caballeros con algo que ocultar”.
Y ese viernes negro ( aunque no el único) un virus informático.

2 comentarios:

Te susurraré... dijo...

Interesante entrada. No me sabía la historia. Gracias por hacerme aprender algo nuevo.

El guardian del Faro dijo...

De nada, Susurros, como ves las leyendas siempre tienen su componente humano. Hace mucho que el dinero es la fuente de todos los problemas.
¡Cáchis ya con los Fenicios! ;DD