jueves, 17 de julio de 2008

En el calor de la noche

Las noches de verano de mi juventud se centraban en aquel balcón. Desde allí, siempre a oscuras, podia observar la ciudad y sus gentes sin ser vista. Podía imaginar historias sobre mi o sobre los demás y recrearlas en mi mente a todo color.
No importaba que la cotidianidad acabara imponiéndose, al fin y al cabo somos animales de costumbres, y todas las noches podía ver mas o menos a la misma gente y casi a la misma hora. Señores que pasaban hacia la terraza del casino a tomar un café o un refresco; matrimonios que salían a dar su paseo nocturno, con hijos o sin ellos; parejitas paseando de la mano y grupitos de jovenes hacia el Paseo, que era el único lugar donde se podía estar con aquel calor.

En mi pueblo, como en muchos otros en aquellos años, se acostumbraba a sacar las sillas a la puerta de las casas, para acabar haciendo corro con otros vecinos y charlar sobre las cosas cotidianas. Sin embargo, como la casa de mis padres estaba en el centro y abundaban más los pisos que las casas bajas, aquella costumbre ya apenas se veía.
Por otra parte, era paso acostumbrado de la gente que salía a pasear o tomar algo por las noches y aquello compensaba. Porque si no... ni un alma se hubiera visto por la calle.

El salón de la casa de mis padres era bastante grande y tenía varias ventanas, asi que yo elegía siempre alguna de las dos centrales y me pasaba horas mirando la calle.
Mientras, en el tocadiscos (¡vinilo, chicos!) sonaba todo tipo de música,menos la clásica que para eso ya estaba la banda de música ensayando cerca varias noches a la semana.

Allí me hice ilusiones sobre mi príncipe azul, me aprendí de memoria la Marcha Eslava, me enteré de quien era quien y de con quienes iban, me hice mujer, me aprendí el preludio de La Revoltosa, me llegó el píncipe azul ( que, como todos, pasaba bajo mi ventana por las noches, pero él saludaba), perdí a mi abuela, me aprendí El Lago de los Cisnes, perdí a mi príncipe y...

Si lo pienso bien, podría definir cada etapa de mi vida por lo que pasaba bajo aquel balcón. Aún hoy, cada vez que voy a casa de mis padres, soy incapaz de no asomarme y mirar la vida desde allí.

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